10/18/2007

Príncipe enlatado

Hace un tiempo escribí un post acerca de los sueños. En el relato conté también respecto de un sueño recurrente que he tenido en distintas etapas de mi vida, la sensación de caída libre. La idea simple de viajar al vacío sin mayores prisas, sin velocímetro, sin manubrio, sin pedales. Sin choques, por lo demás.

Esta experiencia, y su expresión concreta en uno y mil de mis sueños es algo que provoca un vértigo que va desde la punta de los pies hasta la garganta. La cabeza no la toca mucho, sólo a veces. Se siente el aire en la cara, frío, pero apenas un poco. Hay que entrecerrar los ojos para ver bien, para agudizar la mirada, para no perderse nada de lo que viene, para dejar rastro en cada uno de los lugares que voy pasando.

El destino nunca se ve, es parte del vértigo. La caída siempre se espera, pero nunca llega. Es un juego, es parte del juego. Todavía no pienso que significa todo esto.

Es una manera curiosa de pasar a formar parte del aire, de volverse de a poco en algo liviano, tanto que dan ganas de nunca volver a despertar, de seguir de viaje hasta pasar por el infinito, tocarle la oreja y volver a escapar. El viaje de vuelta es aún mejor. Te deja marcadas nuevas cosas, olores y sabores que se meten por todos lados. El corazón latiendo sin pausas, no sólo en el pecho, por la izquierda. Ahoga cualquier grito, palpita en todos lados, tanto que en su ritmo no deja pensar más allá que en la caída.

Curioso. Nunca me había pasado, pero ahora logro reconocer esa misma sensación. Ya no en sueños. Ya no estoy dormido. El vértigo me invita. Yo me subo. Me tiro. Me voy de viaje…

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