10/17/2006

Espejo

No hay peor vacío que el de la hoja en blanco. No hay más grande desafío tampoco. Después de una relativa tanda prolífica de posteos, algo así como agarrar el ritmo virtual y asumir un compromiso inexistente con los también inexistentes lectores, apareció el temido vacío, las hojas en blanco, la tensión entre la falta de ganas y falta de motivos. Más lo segundo que lo primero.

Entonces, vuelta a lo mismo y golpear de nuevo las mismas puertas. Asombrarse otra vez con lo sencillo y bello que es conectarse con uno mismo, ver que pasa, tomar el pulso de las cosas, darse una vuelta y ponerse a pensar en lo que se cruza ante la mirada. Este ejercicio, cotidiano y sencillo, pasa muchas veces de largo, inadvertido para los sentidos, siempre tan ocupados en seguir adelante, acelerador a fondo.

Por eso ahora, siento una obligación de hacer una pausa en el camino, por conciencia y compromiso con uno mismo.

¿De que se trata todo esto? De ser capaz de abrir los ojos cada vez con más fuerza. De sentir que la vida pasa sin pedir permiso, y simplemente es uno el que le pone los acentos y las comas, el que da las vueltas, las cortas y las largas.

Los pensamientos están mostrando una calma que se había hecho esquiva, pero que ahora es más amiga. Me gusta esta calma, me gustan estas pausas. Poner la cabeza en blanco y conectarme con las ideas que por insensata timidez se tratan de quedar fuera. Con la melancolía que acaricia desde la espalda a los hombros.

Es por esto que escribo. Para mí, porque me hace falta, porque me devuelve la idea de lo que soy, y porque me muestra que estos instantes son los que hacen de la vida algo para vivir a fondo, para disfrutar, para pensar.