7/27/2006

Santiago (I)

Hoy en la mañana hacía un especial frío. El cielo estaba muy azul, algo que no ocurre todos los días en nuestra ciudad. Santiago estaba mostrando una careta de las buenas que tiene. Fue cosa de mirar las montañas para sentir la sensación de que todo se detiene. De volver al lugar más simple de todos, en el que uno es sólo un pequeño observador dentro de un escenario demasiado grande.

Esta es lejos la cara que más me gusta de Santiago, junto con la paz de febrero. Lamentablemente, son sólo momentos, que duran muy poco y que se disfrutan mucho. Ya son las 11 am y el cielo no es lo mismo, las montañas no se distinguen de la misma forma. Ya subió la bruma y el smog, lo que nos recuerda el peso real de las cosas y los tintes oscuros de la cotidianeidad.

Pienso en el smog como una metáfora del pesimismo, que aunque no lo veamos, se siente siempre en las caras y en las miradas. En el trajín de la gente caminando por la calle, desafiando las probabilidades de encontrar una mirada con profundidad, con algún dejo de felicidad. A veces volviendo del almuerzo me dedico a mirar a los ojos a la gente en la calle. Descontando que son infinitamente menos los que devuelven las miradas, es para morirse ver la cara de preocupación de la gente, de los viejos, los oficinistas. Parece que ya nadie ríe. En la micro lo mismo. La gente se consume, ya no quedan energías. ¿Qué diría Bataille de todo esto? ¿Dónde está la parte maldita?

La verdad, el ánimo inicial era otro, más lírico, pero subí a mirar de nuevo las montañas, y el panorama no fue el mismo que en la mañana. Bueno, el contexto tampoco es el mismo. Iba con la Panchi y los niños y parecía que el blanco de la nieve encandilaba. Ahora era sólo un reflejo, manchado por las nubes grises. En fin. Prefiero quedarme con la imagen inicial, y resaltar eso, de que al menos tenemos el lugar, sólo falta apropiarse de él.

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