7/01/2008

Amargo

Es mucha ya la espera, propia.
Esperaba que de un momento a otro llegara una bocanada de aire limpio que me permitiera pararme nuevamente frente mi propia realidad. Es la misma espera que me tuvo paralizado, por años, siglos quizás.
La misma que un día quise desoír, apoyado con otras manos, es verdad, porque así el temblor no me mueve tanto.
Es raro sentir ahora, que se supone que tengo la cabeza más clara (o al menos me trato de convencer que es así, si se puede ser así).
Sentir que de nuevo me dejo atacar, o que abro puertas que suponía cerradas.
Al final todo es parte de la misma historia, sólo que no siempre la veo completa. Las puertas son las mismas, abiertas o cerradas. El protagonista sigo siendo yo, aunque a veces quiera llamar a un doble que me reemplace (no sería malo).
Lamentablemente no se puede. Me gustaría a veces poder volver a escribir algunas partes, borrar otras también, cambiar el círculo por una línea, así se vería más claro. Pero al final, lo que vale son las vueltas, los quiebres, las paradas y las subidas.
El punto es perder el miedo y controlar las ansias. O mejor dicho, vivir el miedo, con sus altos y bajos. Subirse al carro y frenar menos. Frenar sirve, pero a veces duele. Tarda uno en darse cuenta que la amargura guarda también un lado dulce.

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