7/21/2009

Al cielo en bicicleta


Podría decir que las bicicletas las llevo en la sangre. Mi abuelo era bicicletero, no de los que andaban en bici, sino de los que las vendían. En realidad, vendía partes de bicicleta. Nunca he preguntado ni he tratado de saber por qué habrá elegido ese rubro.
Para eso tengo dos caminos.
Preguntarle a mi viejo, que probablemente me dará una respuesta corta pero precisa, sin mucha detención en los detalles, pero efectiva al fin. O preguntarle a mi tía, que podría estar una semana completa contandome detalles e historias, si tuviera tiempo, porque ganas tendrá siempre.
En realidad hay también un tercer camino, más complejo, más ambiguo, pero el que suelo tomar en casos como éste. Puedo armar mi propio rompecabezas, puedo juntar historias, ideas y deseos. Puedo pegar imágenes reales al lado de las que siempre he soñado. Puedo construir a partir de lo que más me ha movilizado siempre.
Puedo inventar una historia de bicicletas para hablar de la persona que más me ha marcado en mi vida, y de la que me acuerdo todos los días. De mi abuelo Benio.
Mi abuelo venía del campo, de la provincia de Entre Ríos. Entrerrriano, con la erre resbalando se dice. Un lugar extraño para inmigrantes judíos, al que seguramente llegó uno que arrastró al resto. Principios del siglo XX en Argentina. Del campo siempre mantuvo la risa, la paciencia y la capacidad para hacer amigos en todos lados. Los asados y las mesas largas.
Del campo también fue tejiendo historias maravillosas, con palabras maravillosas con las que encantaba a sus eventuales oyentes. Tengo recuerdos de mi abuelo boxeador, de mi abuelo rebelde, de mi abuelo futbolista. Solidario, equilibrista y querible por todos sus costados.
A Buenos Aires llegó a jugar fútbol, con un amigo. Se fue a probar a Vélez. Quedó, pero ya había conocido a mi abuela, en alguna fiesta de la colectividad seguramente. Ella era hermosa, más joven que él, pero él se parecía a Marlon Brando.
Mi abuelo no tenía mucha plata, y del fútbol no se vivía mucho. Se dedicó a los negocios (bah, negocios...), a hacer amigos, y a vivir la vida sin desperdicios.
La verdad, no tengo idea porque llegó a las bicicletas, pero ese aire irradió a más de uno. Mi papá tuvo una bicicletería en Bustamante, en la frontera de Lanús con Avellaneda. Mi tío Carlos también estaba en el rubro. Fácil no era, tuvo vacas gordas y flacas, yo viví buenos momentos, y si no los eran, mi abuelo se encargaba de hacer que lo parecieran.
Siempre lo miré hacia arriba. Siempre sentí que tenía un amor incondicional con su familia. Siempre fue cariñoso, gozador, alegre.
Como no querer a alguien así. Como no extrañarlo.
La única deuda que tengo fue de tiempo. Se me fue cuando era chico, cuando me faltaba todavía mucho por seguir viviendo con él. Cuando todavía su presencia me era imprescindible.
Una vez me vino a visitar. Se paró en mi ventana, miró a mis hijos aún bebés, lloró, se rió y se fue.
A mí también me agarra el tema de la bici. Uso la bici todos los días, voy al trabajo y a la casa de mi novia en bici. Doy vueltas también, sin querer llegar a ningún lugar. La gente pregunta si uno es militante del ciclismo, pero ni ahí. Yo me subo a la bici y a veces vuelo. Vuelo pensando en mi abuelo, en su vida, en cómo sería con sus bisnietos, en cómo sería yo con él todavía al lado. Vuelo porque me imagino que mi abuelo también anda por ahí pedaleando, mirando y riendose, contento, de que todavía acá se ve por donde pasó, y porque el camino que él dejó, sigue creciendo.

2 comentarios:

yus dijo...

q lindo mariano.

los abuelos son lo máximo... veo cosas de las q cuentas cnd estoy en casa de tu papá.

has pensado pq ahora ya no te bajas de la bici??

Mariano Rosenzvaig H. dijo...

Volví a leer esto, al final de un domingo, como los que recuerdo.
Besos Elisa.